martes, 5 de octubre de 2010

A golpe de cámara

En penumbra provocada, únicamente con una tímida luz roja que muestra los vértices de los elementos que me rodean, perfiles pronunciados, suaves o vertiginosos, saco un carrete de una de las últimas cámaras analógicas profesionales que guardamos en la trastienda. Allí estaba, entre sobres de revelados cuya fecha no llego a intuir -seguro que añejos a juzgar por sus compañeros de viaje-, junto a una funda de cuero negro y una pequeña caja de cartón, probablemente portadora del carrete que tengo entre mis manos. Justo en ese momento hay que seguir un ritual muy estricto, de no ser así todas las imágenes del negativo se perderían entre un tono uniforme, oscuro y pardusco. El revelado del carrete permite empezar a ver los espacios, personas, rostros, en fin, estímulos que apelan a los recuerdos de cualquier individuo. En esos momentos me paro a pensar en que la memoria muchas veces nos juega malas pasadas, quizás no por su propia voluntad sino por una patología llamada olvido. Gran invento el de las fotografías que permite inmortalizar imágenes que muchas veces quedarían obsoletas, ¿no creen?

Lo cierto es que estas metodologías son realmente románticas. Los botes de productos químicos, el agua destilada, los contenedores de negativos y una precisión temporal que se ha de cumplir al dedillo para que la magia de la fotografía haga efecto. Lo que ahora salta a la vista es que inexplicablemente el carrete comprende de treinta y ocho fotos cuando su estándar de capacidad es para justo dos menos, interesante. Yo no sé para ustedes, pero para mi la curiosidad es la peor aliada de la concentración, y en este caso no puedo evitar coger la caja del carrete para intentar descifrar su fecha de producción. Tras un esfuerzo inhumano, tratando de acercar la caja lo máximo posible a la lúgubre bombilla de luz rojiza, logro ver un año, 1962. Tras unas cuantas rápidas cábalas concluyo en que es justo el año en el que nuestro estudio de fotografía abrió para el público. Apasionante.

Poco a poco parece que consigo empezar a divisar en la primera foto lo que es una imagen de una calle. Bastan unos segundos para que todo se aclare y adquiera su forma, ¿saben qué es lo que veo? El campanario de la Iglesia de la Anunciación que remata una Calle Mayor aún adoquinada. Déjenme que les cuente una anécdota. Los profesionales dedicados al mundo de la imagen y la comunicación tenemos una aptitud muy peculiar, somos capaces de visionar rápidamente aquello que nos imaginamos. No sé si es bueno o malo, lo único que sé es que es algo que compartimos. Cuando veo estas imágenes me imagino a los pequeños vecinos, hoy ya adultos, correteando por estas calles. Los chicos con pantalones cortos y jerseys de punto. Las chicas con faldas de corte escocés y blusas blancas de manga de farol. ¿Saben qué es lo bonito de nuestro negocio? Que podemos ver crecer a las personas y compartir sus alegrías inmortalizando todos estos momentos. No tienen ni idea lo emotivo que resulta ver a una pequeña de ocho años arropada por su vestido de comunión y su sonrisa infranqueable a lo largo de cualquier domingo de mayo. Lo es aún más, si nos han contratado para su bautizo, y ya es espectacular, si hemos visto su alegría o sus lágrimas iluminadas por las llamas de la Fiesta Fallera. Lo cierto es que en las fotos tenemos la facultad de ver más sonrisas que lágrimas, pero estas últimas también cuentan con su particular protagonismo. Miren, mientras les cuento todo esto ya han salido la mayoría de las fotos, ¿no les está resultando interesante? Bueno, quizás solo yo me sienta así por la penumbra que me circunda y el silencio místico de la madrugada...

Veo que la última imagen corresponde al presente. Treinta y ocho fotos, la primera tiene calles adoquinadas y la última un pozo de agua de líneas paralelas y colores vivos. Entre medias hay bodas, confirmaciones, fiestas patronales, inundaciones, grandes inauguraciones y soluciones a los problemas endémicos. Un Ayuntamiento renovado, la Plaza de la Constitución con pequeñas paradas de mercado o una restaurada y rejuvenecida Iglesia de la Saleta. La población se ha duplicado desde nuestra llegada a este pueblo, ya saben, en los años sesenta, y hace apenas unas décadas se caracterizaba por una tradicional maquinaria e industria del abanico. Todo esto supongo que será fruto del llamado devenir natural, y más o menos debe ser lo mismo que ha sucedido en nuestro sector. El primer Villena en liza, José María, en sus comienzos atemorizaba a sus clientes con su flash de magnesio que a duras penas iluminaba lo necesario el papel fotosensible, y eso que era una auténtica explosión controlada. Hoy ya tenemos una iluminación remota que reacciona por impulsos infrarrojos y control remoto. Una auténtica panacea para los fotógrafos de antaño. ¿Qué me dicen del retoque digital? Aún circulan fotos de la segunda generación Villena, Juan José, retocando con herramientas tan sofisticadas como un flexo, una lupa, un caballete y varios pinceles de punta fina. Pensándolo bien y a modo de conclusión, parece que el desarrollo tecnológico ha sido tan rápido que casi no nos ha dado tiempo a asimilarlo.

Creo que ya he visto todas las fotos y con esta reflexión les dejo. Enciendo luces y me voy a dormir. Aunque, ¿saben en qué acabo de caer? Hace treinta y ocho años que abrimos la tienda y el carrete contenía el mismo número de fotos y recuerdos, ¿casualidad o causalidad? Creo que eso ya se lo dejo a ustedes. Gracias por todo, disfruten y nos vemos pronto.